UNA TARDE
INESPERADA
Era un día común y corriente, pero éste
tenía un brillo diferente, el cielo estaba despejado, el sol era despampanante y
yo, apenas iniciaba mi rutina diaria; me cepillé los dientes, desayuné, estudié
un poco sobre lo que había visto del día anterior en la escuela, me bañé, luego
me puse a ver dibujos animados en la televisión mientras almorzaba, me cepillé
y por último me fui para la escuela. Como ya era de costumbre siempre me cogía
tarde, así me levantara lo más temprano que fuera, entonces desde mi casa salí corriendo a la sede Kennedy, y mientras hacía el recorrido para
llegar a dicho sitio, el cielo empezaba a tornarse gris y oscuro, no sé por qué
pero sentí que algo no muy bueno iba suceder en esa fecha; llegué al plantel e
hicimos formación tal como se hacían
todos los días, acompañado de una oración hacia el Señor Jesús y la Virgen María;
por supuesto, después entramos a los salones de clase para adquirir nuevos
conocimientos.
Yo cursaba el grado quinto y tenía 10
años; mi hermanito apenas iniciaba su vida escolar pues él cursaba transición
en la misma sede pero en la jornada contraria a la mía; así que mi papá lo
llevaba en las mañanas, luego se iba a trabajar en la tienda, y más tarde a las
12:00 pm tenía que volver para irlo a recoger; todo iba normal hasta ahí, solo
que el cielo se había tornado más oscuro.
Habían pasado las horas y como a las 4:00
pm comenzó a llover, la oscuridad era mayor y el río Tejo que pasa por debajo
del puente, el cual está más o menos a unos 18 metros de la sede, había crecido
tanto que no solo pasaba por abajo del puente si no que por encima de este empezaba a correr el agua de lo que ahora es un caño picho, era como si se estuviera rebozando un vaso de agua a tal punto que
comenzaba a desbordarse de su recipiente, comenzó a caer granizo, la luz se
había ido y esas calles parecían ríos. Recuerdo muy bien que a esa hora estábamos viendo sociales y la
profesora continuaba dictándonos clases para que nos mantuviéramos tranquilos,
pero era ¡inevitable!, todos nos parábamos de los puestos a ver qué era lo que sucedía
a fuera; hacía mucho frío, caían rayos y yo tenía mucho miedo, pensaba en mi
mamá, mi papá, mi hermanito, y que nada malo les pudiera pasar, ese era mi
mayor temor, ¡esa tormenta era indescriptible! Fue muy traumático, incluso para
algunos de mis compañeros.
Pasado el tiempo, la lluvia ya había
cesado un poco y los papás nos fueron a recoger a cada uno. Mi papá llegó con
mi hermanito y nos fuimos para la casa, pero no contábamos que la lluvia
comenzaba a aumentar cada vez y cada vez más, de modo que nos tocaba escampar
en algún lugar que viéramos apropiado; y así fue, caminábamos y escampábamos
hasta llegar a nuestro acogedor hogar, pero mientras seguíamos el recorrido a
casa, el agua cubría nuestros pies, de manera tal que logró llegar más arriba
de nuestros tobillos. Frente a mi mamá aparecimos todos empapados a
consecuencia de esa terrible lluvia que de las calles hizo ríos, pues arrasaba
con lo que estuviera a su paso ya que tenía una gran fuerza, fuerza que pudimos
soportar. Entramos a nuestra morada y estaba inundada y llena de barro, la
sala, la habitación, la cocina, todo, todo, todo.
Al fin culminó aquella tormenta muy tarde
en la noche, y pronto nos esperaría un nuevo amanecer con la reflexión de valorar a la familia y a quienes nos rodean
porque hoy están y mañana no sabemos.
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